A mí me encantan los calcetines nuevos y mi familia lo sabe, por
eso me regalan calcetines cada Navidad. No es un regalo malo, ni un regalo
“práctico” como dice la tía Dulce cada año cuando les regala calcetines a todos.
Ellos no son unos aficionados de los calcetines como yo. Les molesta mucho
recibirlos y hasta yo sospecho que es porque ella es tacaña.
Un año mi padre me compró unos calcetines mix-match, muy
bonitos, de colores vibrantes, que hacían juego, pero no eran iguales. No había
pares de calcetines, había pesadillas de dos en dos. Pero claro, como buena
hija quería dar gusto a mi padre y que no me creía malagradecida me los puse. No
podía dejar de pensar en que mis calcetines no eran iguales, estaban separados,
y sus parejas estaban en otras cajas, en otros pies, en otro lugar ajeno.
Los que me encontraron muerta, me criticaban por ser tan
desorganizada y llevar calcetines mix-match, como una típica mujer
estadounidense.
Les miro desde el cielo y me pregunto si mi padre se arrepentirá
de haberme comprado esos calcetines que me llevaron a esa muerte inesperada. Si
no hubiera estado pensando en esos calcetines, a lo mejor, no hubiera cruzado
la calle así, sin mirar, pensando en dónde podría estar la pareja de mi
calcetín derecho y si se estaban conviviendo bien los dos calcetines impares, o
si extrañaban mucho a sus parejas o si se odiaban como yo los odiaba.
Yo no me arrepiento de haber hecho feliz a mi padre ese año. De
todos modos, él estará aquí conmigo muy pronto, ya que, justo la mañana que
morí, le regalé unas herramientas muy bonitas, un trinquete del sistema
imperial y unos sockets del sistema métrico.
dedicado a Raquel Castro
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